IBIZA QUEDÓ EN CENIZAS




Con ciertos humos de recalificación, tuvimos que contemplar el peligroso incendio que acechó la ciudad Ibiza. Por medio había casas, un taller mecánico (con algún depósito de combustible por ahí suelto, fijo) y una tienda de decoración (llena de maderas, mimbres y paja... Uff).
Cinco horas largas se demoraron los bomberos en mitigar las llamas. Cortaron la carretera, evacuaron a las personas y los medios informativos se hicieron eco,  marearon la perdiz y desviaron la atención. Al final solo consiguen "desinformar" escandalosamente sobre lo ocurrido. Ni atisbo de consideraciones urbanísticas, sino mera especulación periodística. Los medios no hablan de los secretos a voces. El metro cuadrado ibicenco está tan caro y escaso que provoca estrategias  macabras para hacerse con los suelos.




La consecuencia es desastrosa. De los terrenos protegidos, la ecología, los paisajes salvajes o de las ruinas fenicias nadie se acuerda hoy día, cuando la posibilidad de negocio enturbia la política, la cultura y el ocio. Solo cuenta el dinero. Atraer a la élite es lo primero. La obsesión de todos, tanto de ayuntamientos y sector público como del comercio y la empresa privada se han empeñado con esmero en convertir Ibiza en un parque temático; aquí se baten en duelo las dos corrientes más de moda. Por un lado, el más natural, el mercado del wellness, la salud y el bienestar; por el otro la noche, las discos y el derroche. Las dos se reparten la geografía, el horario y la osadía; y además tienen algo en común, quieren un cliente de lux. Los precios desorbitados son el denominador común. Agro turismo o beach club. Espacios para la gastronomía o escenarios para el desenfreno. Cabaret restaurante. Sitios petulantes, el rollo circense y creativo, o la famosa cocina experimental... Eso ya da igual. Todo se dirige a un público exclusivo de bolsillos pudientes y sonrisas generosas, a mandíbula batiente. El cliente V.I.P. aquí es muy codiciado. Y con mucho cuidado se consigue satisfacer hasta al más exigente. El paraíso artificial de la jet set internacional.





Ya más de unas décadas  nos separan de aquella magia desbocada y envolvente que emocionaba a toda la gente. El sensacionalismo ha reemplazado a la naturalidad con que la vida transcurría. El amor libre se ha sustituido por esas "chicas de imagen" que son trasladadas en los coches monovolumen, marca Vito-Mercedes, todos de color negro y con cristales oscuros. Inconfundiblemente, deprimente. En vez de bikinis de ganchillo vemos gomas de silicona lucidas en top less. La excentricidad de los millonarios codeándose con hippies queda ahora acordonada en las zonas vip de la vergüenza ajena (¿o quien quiere verse bailando custodiado por guardaespaldas y teniendo la sensación de ser observado como en un acuario de besugos floreados?).
El espíritu de los tiempos, caprichoso él, deja aquella estética para el recuerdo y abre paso a las hordas de millonetis rusos, indios y árabes, que hacen bailar hasta a las palmeras a golpe de billetera. Esto ya no es lo que era. Además de lo que la edad nos revela, me temo que no nos va a quedar otra que rendirse al zeitgeist, la nueva ola. De nada sirve lamentarse por lo perdido, siempre podemos disfrutar lo vivido, hacer fiestas revival y  bailar divertido. Todo pasa. Todo queda. Nada es malo sino bueno. El tiempo es redondo, siempre la ha sido.

Los nostálgicos del pasado buscan ya más lugares donde hallar horizontes de colores mezclados y gente sin uniforme. Y lo único que no cambia nunca es que todo siempre es diferente.

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